Hablemos de... Poder Político
Tengo que reconocer que me encanta viajar, no tiene nada que ver con mi profesión o networking; sencillamente me encanta conocer otros países, gente, cultura, historia… especialmente su historia, sobre todo cuando han sido el centro del poder y por lo tanto de la historia del mundo. Y tengo algunos “pendientes” como Atenas o París, y por supuesto uno de los que están en el Top5… Washington. Y hoy le pongo un check a eso.
Es curioso: basta caminar por las calles de Washington para sentir que el poder aquí no solo se ejerce, sino que se escenifica. El mármol blanco de los monumentos, los autos oficiales, los guardias inmóviles, las cámaras esperando una declaración…
Todo parece decir: “Aquí no hay personas, hay símbolos de poder.” Y eso para los que estamos involucrados en la comunicación política, eso es uno de los mayores atractivos turísticos que puedes encontrar, como el Foro Romano per sin estar en ruinas.
Y es que cuando pasas por la casa del político más visible del planeta “el líder del mundo libre” te das cuenta de que hay personalidades que no comunican… representan.
Cada palabra, cada gesto y cada silencio tiene valor geopolítico. Porque hay líderes que su marca personal no es solo suya; es de la humanidad.
Liderazgo: cuando todo lo que haces es público
En política, el poder ya no es solo una foto; es un gran show global. Las luces, las cámaras, los micrófonos están siempre encendidos. El margen de error es mínimo, y las consecuencias pueden ser de dimensiones épicas.
Hoy, frente a la famosa Casa Blanca, pienso que el presidente de Estados Unidos, sin importar quien se siente hoy en esa oficina, no gobierna un país; administra una narrativa mundial y pone el discurso global.
Su marca personal se proyecta como un referente del liderazgo mundial: inspira, incomoda o redefine las reglas del juego.
Y si, no puedo dejar de mencionar el Edelman Trust Barometer 2025, cuando nos demuestra que solo el 42% de las personas confía en sus gobiernos, pero los líderes que conectan emocionalmente mantienen su legitimidad incluso en tiempos de crisis. Y ejemplos de esto ya los he mencionado y seguro iré mencionando algunos más en el futuro.
Ante todo esto, la figura presidencial se convierte en algo más que un líder político: se transforma en una marca que simboliza valores, ideología y estilo de poder, para bien o para mal, a nivel global.
El poder en el escenario
La política moderna no solo se decide en despachos, así sea Oval, sino también frente a las cámaras. Muchas veces incluso esa es la única que conocemos. El poder hoy tiene escenografía, guion, tramoyeros y todos los juguetes necesarios para un rockstar.
Cada discurso en el Salón Oval, cada saludo en la Casa Blanca, cada risa o mueca captada por las cámaras… todo forma parte del storytelling del poder. En el siglo XXI, los líderes no solo gobiernan países: gobiernan percepciones y sentimientos.
Como en cualquier gran producción, la coherencia (en todos los aspectos) es clave. La puesta en escena puede inspirar o destruir en segundos, y las consecuencias, sobre todo si las pensamos desde donde estoy el día de hoy, pueden ser cataclísmicas (si, tuve que confirmar que existe este adjetivo en Google).
Cuál es el precio real del poder
Cuando hablamos del Presidente de Estados Unidos, el precio no entra en la ecuación; se rebasan los niveles a los que los humanos normales estamos acostumbrados a dimensionar.
Pero en términos más generales, el poder tiene un precio… y no se paga solo en desgaste político. Se paga en fatiga reputacional. Cuanto más visible eres, más expuesto estás a la contradicción, al escrutinio y al juicio constante.
Según Gallup, la fatiga del liderazgo es una de las principales causas del deterioro de imagen en figuras públicas. El estrés, la sobreexposición y la pérdida de coherencia entre lo que dijo y lo que hace van erosionando la conexión con su gente.
El otro día leí que “Cuanto más alto llegas, más te cuesta ser tú mismo” y nuevamente creo que cuando hablas del hombre más poderoso del mundo libre, o sus similares alrededor del mundo (Rusia, China, Korea, etc) estás en un punto donde puedes ser quien quieras ser. Pero eso si, el poder exige coherencia absoluta, tu “estilo” debe estar presente en todos tus actos.
Poder con propósito… o eso esperamos.
El liderazgo global ya no se define solo por la capacidad de mandar, sino por la capacidad de conectar con tu audiencia, y si hablamos específicamente de líderes como Trump o Putin, y te cae mal, te aseguro que hay millones a los que les encanta y genera lealtades. Y hoy, la reputación es la nueva moneda de poder.
Y sin importar lo grande que seas, las alianzas se construyen con confianza, las políticas se legitiman con coherencia, y las marcas personales se sostienen con autenticidad. La ciudadanía global (en estos niveles un liderazgo no se circunscribe a un espacio geográfico definido por una línea imaginaria) no espera seres fantásticos, sino líderes que cumplan con sus expectativas.
Y creo que un gran líder político no puede limitarse a ser símbolo; debe ser un espejo para sus ciudadanos, donde ellos se sientan identificados. Debe proyectar lo que la gente quiere volver a creer: que el liderazgo todavía puede ser una fuerza de bien.
“El poder político no se mide por cuántas órdenes se obedecieron, sino por cuántas conciencias se movilizaron.”